miércoles, 23 de diciembre de 2015

Efímero tropiezo


Solo tuvieron un breve encuentro amoroso, pero apenas notaron que más nunca se toparían, un gran desconsuelo los invadió.
Durante mucho tiempo él soñó con sus caricias, fantasías que a veces lograban serenar tanta pasión, tanto fuego que lo oprimía. Ella jamás dejó de sentir aquella transitoria calidez la cual necesitó siempre para calentarse del frío insoportable y así poder vivir el resto de su vida.
Ella en el firmamento tosió y enfermó amargamente por su terrible destino. Él, al oírla sufrir, pidió a Dios que la ayudara porque era frágil y no soportaba la soledad.
Vivieron separados por la eternidad. Él fingió ser feliz y ella no consiguió disimular su tristeza. Él ardía por ella. Esta vivía en las tinieblas de su añoranza, con breves lapsos de felicidad cuando conseguía estar llena y de desdicha cuando era menguante.
Ambos siguieron su trayectoria. Él solitario pero fuerte. Ella débil en las noches intolerables, acompañada de solo oscuridad y estrellas.
Uno y otro, al unísono, gritaron al cosmos palabras de desesperación.
—Quiero ser la poseedora de cada gemido, de cada palpitación de tu núcleo. Quiero ser la diosa de tu existencia, de tu entidad. Aquella que al despertar esté a tu lado abrazándote —clamó ella.
—Serás dueña de mi existencia, de mi corona, de mi masa y de todo momento que pienso y estás en él —gritó él.
Los hombres intentaron conquistarla, como si eso fuera posible. Algunos fueron incluso hasta ella, pero volvieron solos. Nadie logró seducirla, por más que lo trataron.
Sin embargo, hubo un efímero tropiezo en sus vidas. Él consiguió tenderse sobre ella y amarla, fue a ese transitorio acto de amor al que se bautizó con el nombre de Eclipse.

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