Llegó diciembre y en el edificio
no colocaron ni adornos ni luces de colores.
La presidenta de
la junta de condominio decidió montar el pesebre en la planta baja. Con un
toque personal, sin gastar un solo centavo, cambió los personajes principales
por juguetes de la película de Toy Story:
Woody como José; Betty, la pastorcilla de porcelana, como María; Slinky, el
perro, y Rex, el dinosaurio, serían el burro y la vaca; los marcianos, las ovejas;
los soldados, los reyes magos; Buzz Lightyear lo extravió. Por último,
colocó a el señor cara-de-papa en el lugar del niño Jesús, figura pequeña con
accesorios intercambiables. Los únicos que tenía conectados eran: ojos, nariz y
boca.
En Nochebuena, los propietarios e
inquilinos fueron convocados a celebrar la víspera del nacimiento de
Jesús. Asistieron casi todos excepto Carlos, el esposo de la presidenta,
y la conserje. Fue una velada gris. No hubo música ni comida. Para brindar
prepararon una guarapita de parchita. El encuentro duró una hora. Alguien
comentó: «La criaturita de la cuna se parece a un deo pulgar sin uña». Hubo
burlas y risas, menos de parte de la organizadora.
Amaneció con la noticia, por el
grupo de Whatsapp, de que se habían
robado al señor cara-de-papa. La presidenta bajó, corroboró el hecho y
respondió con una nota que decía: «Antes de que oscurezca prometo que
aparecerá el muñeco en su cuna». Unos respondieron con emoticones y ridículos GIFS animados de aplausos.
La presidenta, en su apartamento,
encaró a su esposo. Ella, durante toda la discusión, cortó trozos de hortalizas
con un cuchillo cerámico de Chef.
—¿Dónde carajos estuviste ayer?
—Con mis panas bebiendo cocuy en
la esquina.
—¡No te creo un coño! —dijo la
presidenta y añadió—: Estoy harta de tus borracheras y
sebos con la conserje.
—¡¿Cuáles sebos chica?! —dijo
Carlos mientras huía de la vivienda.
—¡Ay!, Carlos Jesús... Busca tu
muerte natural...
Él, al llegar a planta baja,
encontró a la trabajadora residencial enfrente del pesebre.
—El nacimiento más pavoso que he
visto en mi vida —dijo la conserje.
—¿Tu fuiste la que te robaste al
carajito del pesebre?
—Sabes, no puedo seguir con este
jueguito pajúo de la amante perfecta. Regresa con tu esposita antes de que te corte las patas literalmente —dijo la mujer entre sollozo. En tanto
Carlos regresaba a la calle con sus amigos. Lo seguía de cerca la presidenta.
Oscureció temprano. Una niña de
cuatro años, antes de salir del edificio, no aguantó la tentación de coger a
Woody. La madre logró quitárselo sin que llorara, pero casi fracasa cuando la
chiquilla iba agarrar al niño Dios, que apareció de nuevo en su puesto. Con dos
nalgadas optó por llevársela arrastrada del lugar.
La conserje salió y verificó cuál
era el escándalo. Los muñecos yacían fuera de su sitio. Comenzó a acomodarlos
de mala gana. Al recoger al niño Jesús soltó un ahogado grito. Corrió hasta el
bajante de la basura para botar el extraño objeto. Luego pasó a su
habitación y buscó dentro de una gaveta al señor cara-de-papa. Ubicó el juguete
en su espacio original.
A las diez de la noche, la
presidenta festejó el retorno del niño recién nacido, como lo había
prometido. La convocatoria reunió a las mismas personas. La velada duró un poco
más, pero sin guarapita.
Carlos, con la mano derecha
vendada y sostenido por sus amigos, llegó a su apartamento. La
presidenta echó a las amistades y le dijo:
—¡Ay!, Carlos Jesús, hoy fue un dedo. ¡La próxima vez te corto las patas, desgraciado!