El
reloj de cuerda, sobre la mesa de noche caoba, repiqueteó a las seis de la
mañana. Con los ojos cerrados y la mano menos
dominante, empecé a tocar el botón para detener el golpeteo de las campanillas.
Después de varios intentos fallidos, abrí mis ojos y lo agarré con la diestra
para estrellarlo contra la pared, pero recordé lo difícil que fue conseguir uno tan barato en el mercado de los
corotos donde he obtenido toda mi colección de antigüedades.
Corrí
a darme una ducha cuando me percaté de que no estaba encendido el calentador. Aproveché
para leer las noticias en los periódicos digitales y me topé con una entrevista
a Alfonso Reyes con el título: “¿Las manos son menos importantes que el cerebro
o el corazón? El entrevistado empezó su charla con unos textos de su cuento “La
mano del comandante Aranda”: “La mano, metáfora viviente, multiplica y extiende
el ámbito del hombre. Los demás sentidos se conforman con la pasividad; el
sentido manual experimenta y añade, edifica un orden humano”.
La
rutina de una mañana cualquiera fue la total intervención de mis manos. Si
hasta ahora no lo había notaba, todo lo ocurrido desde detener el reloj hasta encender
el calentador, evolucionó a merced del servicio de ellas y el resto de mi
cuerpo y mis sentidos se conformaron con la inacción de dejar el trabajo al tacto.
Dejé
de leer la entrevista y me dediqué a contemplarlas.
La
piel que las cubre es muy diferente a la del resto de mi cuerpo y cuando voy a
la playa nunca se broncean. Mis huellas
dactilares son únicas. Tengo varias lesiones, accidentes que al parecer son los
más comunes en los trabajos manuales. Gesticulo mucho con las manos al hablar.
Me es imposible mover un solo dedo a la vez.
Todo
lo dicen y nada callan. Acaricio y toco lo que quiero explorar. Soy adicto al
tacto. Puedo reconocer si son suaves o ásperas a través del otro. Con ellas
levanto y sostengo. Nunca les doy descanso y nunca escribo nada sobre ellas.
Recuerdo mi primera vez en la intimidad cuando con la dominante sobrevoló mi
inocencia.
Si
me ataran las manos quedaría mudo. Si vendara mis ojos podría guiarme con las
manos pero sin ellas como sería repetir el evento de esta mañana:
“Sonó
la alarma de mi reloj y lo pateé con mi pie derecho porque no logré tocar el
botón…”
El
agua ya estaba caliente. Durante la ducha observé cuánto y cuándo las utilizaba.
Vistiéndome, pensé no usarlas pero el temor de vivir semejante experiencia
me lo impidió hasta quedar paralizado por unos segundos. Camino al trabajo puse
toda mi atención en lo que tocaba.
Las manos desempeñan una gran variedad de
funciones en nuestras vidas: palpar, empuñar, manipular, acariciar, sentir, sujetar, etc. Son vitales pues definen
quiénes somos y cómo nos vemos a nosotros mismos. El espacio físico en la que las
batimos, su campo de movimiento, es superior a nuestro espacio trascendente.