sábado, 5 de diciembre de 2020

Agua, tobos y danza

Habían transcurrido «cinco cuarentenas», desde que el gobierno decretó el aislamiento por el virus chino, lo que obligaba a Jorge a quedarse en casa. Su comportamiento sufrió cambios paulatinos que fueron mutando mientras pasaban los días. Nada lo entusiasmaba. Inquieto en su habitación estorbó a Carmen, su madre, a través de una videollamada. En la cocina, ella terminaba de lavar los trastos.
—¡Hola ma!
Carmen aceptó la llamada sin cuestionarla, mas demoró en hablar. Su rostro denotaba cansancio.
—¡Obstinada de recoger agua! Vamos pa años en esta vaina. Y pa colmo, hoy la ponen por quince minutos… —La transmisión comenzó a entrecortarse. Ella no lo notó y añadió—: ¿Qué haces?
Restablecida la comunicación, Jorge dijo:
—¿Cuál era tu pregunta, ma?
—¡Coño! ¿Qué que haces?
—Escribo una historia para un cortometraje.
—¡Ah! ¿Ya tiene título?
—Extraño —dijo él mientras la conexión falló por unos segundos.
—¡¿Qué me extrañas?! ¿No será pa jódeme? —contestó la madre con una leve carcajada.
—¡No! Extraño es el… —dijo Jorge cuando la señal volvió a detenerse.
—¡Ah! ¡No! —No terminaba de hablar Carmen, cuando el grifo del fregadero escupió, repetidas veces, aire de forma explosiva. Luego ella gritó—: ¡¡¡Llego el agua, nojoda!!! ¡Apúrate pa llena los tobos!
Jorge llegó a la cocina y con los baldes, vacíos, empezó una danza que duró casi un cuarto de hora, con intervalos de descanso cada tres minuto.
Carmen regresó y, mientras el agua dejaba de correr a través del grifo, preguntó:
—¿Ya terminaste de recoger el agua?
Y hubo un apagón eléctrico.

Aún la recuerdo

Invité a una chica a cenar a mi apartamento. No solo fui anfitrión, también actué de chef. La receta, para cortejar muchachas, tenía pocos ingredientes: vegetales, carne, pollo y camarones cocinados en un wok —eran buenos tiempos. Mucha salsa de soja y salsa agridulce. Todo acompañado con arroz blanco; un buen vino tinto; y, de postre, natilla con tope de canela.
—¿La receta es tuya? —preguntó ella.
—¡Por supuesto corazón! —dije.
Realicé una danza mientras preparaba el plato. El motivo era despertar en la invitada el mismo sentimiento que ella avivó en mí cuando secó sus labios con la lengua después de un trago de vino
—Veo que te gusta cocinar ¿Desde cuándo lo haces?
—¡Uuuffff! —en realidad fue mi tercer intento como cocinero.
La ventaja de cocinar en un wok era la rápida cocción de los alimentos. El arroz debía prepararse antes, al igual que el postre.
—¿Hiciste el postre?
—¿Qué crees tú? ¡¿Dudas de mí?! —mentí.
Preparé la mesa, arreglé la vajilla y, al momento de servir, ella preguntó:
—¿Puedo darle una probadita? —Entonces masticó un camarón.
En un instante la piel de su cara y el cuerpo estaba extremadamente roja. Empezó a respirar con dificultad.
—¿Tienes… algún… antialérg…? —preguntó ella sofocada.
Aún la recuerdo con mucho cariño.