Una
voz, a través de los altavoces de un intercom, anunció que faltaban quince
minutos para comenzar la función.
—¿Qué
te pasa, Sara?
—Tengo
miedo.
—¡No
me jodas! Todo te va a salir bien.
—Pero…
¿y si en el acto final me falla la resistencia?
Mientras
Ruta intentaba animar a su amiga tomó un buen trozo de cabello desde la
coronilla y lo dividió en tres secciones iguales. En Sara la hilera de bombillos
incandescentes, enmarcados en el espejo, amplificaban la dulzura de su bello rostro.
El reflejo expresaba: «No quiero vivir una eternidad bajo el hechizo del
fracaso».
—¿Te
puedes quedar quieta? —dijo y jaló
las
crines de Sara con rudeza.
—¡Ay!
—Sara no dejaba de verse en el espejo.
Tocaron
a la puerta. Ruta fue a abrir. Sara terminó de peinarse sola y empezó a
vestirse con un tutú blanco. Le fue difícil cerrar los gafetes del corpiño porque
se encontraban en la espalda.
—¡Ruta,
necesito llamar a alguien de sastrería!
Una
cadencia de murmullos lujuriosos, entre Ruta y otra persona en el umbral de la
puerta, disminuyó poco a poco hasta desvanecerse. Entró una mujer de servicio sin
anunciarse justo cuando Sara empezaba a ponerse nerviosa por no recibir
respuesta de su amiga.
—Soy
Aleuzenev, pa servirle.
—…
—Así
me bautizó mi madre, Venezuela al revés…
—Ruta,
¿a dónde fue?
—La
señorita piró pa el excenario.
Bajo
la mirada entrometida y grosera de la chica de mantenimiento, ella colgó un tutú
negro en el closet. Luego acomodó su maquillaje sobre la peinadora.
—Mija, ¿si quieres me dejas limpiá? —dijo Aleuzenev.
Espantada
por la actitud grosera de la mujer, Sara salió y en la entrada del camarín chocó
con Ruta que regresaba apresurada desde el fondo del pasillo. En el choque se
le cayeron unas llaves a Ruta, Sara las recogió, pero ella se las arrebató con
brusquedad y le preguntó:
—¿A
dónde vas, Sara?
Sara, sorprendida por el acto de
violencia de su amiga, demoró en responderle.
—Corro
a sastrería.
—¡Ok!
Te espero en el camerino —Ruta tiró la puerta y el golpe retumbó en la cara de Sara.
Al
llegar donde las costureras, Sara recibió una ovación en reconocimiento a sus
años en la institución, pero sobre todo por ser una gran artista y buena
persona. Ella expresó su gratitud con su cuerpo desarticulado en un «gran
saludo» de bailarina: torso hacia delante, piernas cruzadas y rodillas
levemente flexionadas.
—El
corpiño tenemos que ajustarlo —dijo y apagó los aplausos en seco.
En
un parpadeo de ojos se acercaron dos mujeres y la ayudaron a desvestirse. Situaron
el vestido en una mesa, lo descosieron, se lo probaron y tomaron algunas
medidas. Pocos zigzags fueron necesarios para ajustar el vestuario. Surgió de
nuevo la voz en los altoparlantes:
—Este
es nuestro segundo llamado cuando faltan diez minutos para comenzar.
Sara
corrió a su camerino y lo halló cerrado. Buscó, por todo el teatro al vigilante que tenía las llaves. Al llegar al
escenario vio que Ruta ensayaba los
movimientos del acto final que ella interpretaría esa noche. Se impresionó por su ágil aletear de
brazos y hermoso cuello encorvado. Parecía que flotaba en aquel vasto océano de la plataforma color gris.
—Este
es nuestro tercer llamado cuando faltan cinco minutos para comenzar.
Sara
amagó con darles unas correcciones, pero interrumpir el ensayo del sublime
cisne le pareció un crimen. De vuelta tropezó con el vigilante y le dijo:
—Necesito
abrir mi camerino.
Él
regresó a su puesto y no encontró las llaves en su sitio habitual. Llamó por el
radio transmisor a otro compañero.
—Jorge,
Jorge, ¿tienes las llaves del principal? —hizo varios intentos.
—Aleuzenev,
…
—¿Quién?
—Aleuzenev
me pidió dáselas
a su pana Ruta
—confirmó su respuesta—. Estoy en un baño en el sótano y… —Se interrumpió la señal.
—Por
favor, todos los bailarines dirigirse al escenario. La función está por
comenzar.
La
voz en staccato fue de mayor
intensidad.
Sara,
aún frente a la puerta cerrada, arrancó en un llanto silencioso. Ruta apareció
y mientras se acercaba le dijo:
—¿Por
qué no estás lista?
—Hoy
no es mi día —dijo al fin Sara desconsolada—. Prepárate para bailar.
—¿Cómo
es la vaina? Yo no estoy preparada…
—Hace rato te vi ensayando y tu ejecución fue...
Sara
se desplomó al piso.
—¿Hablamos
con el director para que atrase la función? —preguntó Ruta fingiendo
preocupación.
—¡¡¡Coño!!!
Ve a cambiarte.
Sara se quitó de su cabeza una corona de hermosas plumas
blancas y se las entregó a Ruta.
El
personal técnico ignoraba el paradero del cisne principal. Durante la ejecución
de los primeros acordes de la obertura del ballet, Ruta apareció ataviada con
la corona de la princesa cisne y se colocó, en la posición de inicio, a esperar
su entrada. Apareció el vigilante por detrás de ella y le preguntó:
—Disculpe,
señorita Ruta, ¿usted tiene las llaves del camerino principal?
—Las
tiene Aleuzenev —dijo con su voz entrecortada.
Media
hora después, el vigilante
entró a un baño y ubicó a su amigo a través del sonido de su voz en una radio:
«Jorge, Jorge, responde». Estaba con la mujer de servicio.
—¡Aleuzenev,
las llaves! —dijo el vigilante.
El vigilante fue hasta el camerino de Sara, lo abrió y se
retiró lánguidamente. Ella demoró en entrar.
El
evento concluyó a las dos horas. Detrás
del
telón cerrado, Ruta afloró triunfal a saludar entre aplausos y un público de pie.
Sara esperó decepcionada dentro de su camerino, con gran
paciencia, el acto final.