martes, 18 de agosto de 2020

Ana y Joaquín

Desde su primer tropiezo en la calle, Ana y Joaquín ni una sola vez lograron ponerse de acuerdo en nada. Sin embargo, la atracción física fue muy fuerte. Ese mismo día, anestesiados los pensamientos por unas cuantas cervezas, conciliaron todos sus desacuerdos en un cuarto de hotel.
Transcurrido algún tiempo, él entendió que, si pretendía convencerla de algo, solo tenía que usar la «psicología inversa».
—Amor, no pises la franja amarilla —Ana, instintivamente, desobedecía colocando el pie sobre la línea.
Pasada una década, Joaquín deseaba contraer matrimonio y tener hijos, pero Ana no. Para lograrlo preparó su plan maestro: cena romántica, anillo de compromiso y fecha de boda. Al acercarse el día de la cita, ella le confesó que no quería casarse todavía, a lo que él respondió:
—¡Wow! Por fin estamos de acuerdo en algo.
—¡Ah no! Pues ahora, yo, si quiero casarme.
 Y ante el altar, del penthouse de un lujoso edificio, Joaquín pronunció las palabras de rigor:
—Prometo serte fiel y respetarte, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe.
Ana corrió y saltó al vacío.