lunes, 8 de marzo de 2021

El féretro de Osorio

Osorio, ciudadano soltero y de profesión docente, trabajaba como taxista porque su sueldo, de cuatro dólares al mes, no le alcanzaban ni para llenar el tanque de gasolina. Salió pesimista de un centro para diálisis. Tuvo un paro respiratorio, por no controlar la ingesta de líquido. Tenía diez años conectándose a una máquina de hemodiálisis: tres veces por semana y cuatro horas por sesión. Por su raro tipo de sangre, AB-, no conseguía un donante de riñón.

Un día, de forma azarosa, tomó la decisión de averiguar los precios de ataúdes, antes de que la Parca lo reclamara. Él no quería que sus familiares ejecutaran los servicios funerarios cuyos costos rondaban entre los doscientos y trescientos dólares. Sin contar el proceso de cremación. Les sugirió omitir el velorio e ir directo al entierro.

—¿Cuál es el precio de aquella urna? —preguntó Osorio al vendedor de la funeraria.

—¿Leyó la historia de un joven palestino que escaló un edificio para acompañar, a corta distancia, a su anciana madre horas antes de morir de covid? —respondió el vendedor sin hacerse eco de la consulta de Osorio.

—No, señor…

—Sesenta dólares. Es de madera y chapaforte —respondió el vendedor interesado, al recordar que era el primer cliente que visitaba la tienda esa mañana.

—¿Es la más económica que tiene?

—Antes teníamos unas de cartón, pero se nos agotaron.

—Y esta, ¿cuánto vale?

—Cuatrocientos. Es de madera y metal.

Osorio había reunido cien dólares trasladando pasajeros. Menos treinta gastados en llenar el tanque.

—Me llevo la más barata.

—¿Cómo va a pagar: en divisa o bolívares?

—En divisa.

Colocó el féretro sobre el techo de su carro. Antes de volver a casa aprovechó para llevar un pasajero que lo enfrentó en la entrada de la funeraria. Parecía tener angustia por llegar a algún lugar.

—¿Hacia dónde se dirige? —preguntó Osorio.

—Al cementerio del este.  ¿Por qué lleva una urna encima del capo? 

Osorio estaba ensimismado pensando sobre la vida.

 —¿Cómo es tu nombre, hijo?

—Edy, señor.

—Edy, la compré pa que cuando me muera, me entierren dignamente —dijo Osorio y añadió—: En este país el nuevo negocio es la muerte.

Osorio le explicó al pasajero que eran el segundo país del mundo con la tasa más alta de homicidios. Ya sea por robo a mano armada, asesinato o secuestro, la situación creo la proliferación de empresas que hacían su agosto con la muerte: desde los sepultureros, los fabricantes de ataúdes, los vendedores de flores, y hasta aquellos que tramitaban los permisos.

El vendedor de la funeraria decidió bajar la «santamaría» temprano, mientras esperaba a su hijo Edy frente al establecimiento.

—¿Y qué hiciste con el taxista, Edy? —preguntó nervioso el vendedor de la funeraria.

—¡Pa, el malparido del taxista lo que tenía era diez dólares en la cartera! —dijo Edy—. Te llevo a la casa y voy al hospital porque me siento un poco mal.

Edy presentaba síntomas de estar infectado del «virus chino». Al llegar al hospital estacionó el taxi enfrente del hospital. Él esperó en una habitación helada hasta que lo atendieran. Los roedores y cucarachas eran más abundantes que el personal médico. No había agua corriente. Los ascensores estaban fuera de servicio. Edy tomó la decisión de huir, aunque antes quiso hablar con el especialista de guardia.

—Doctor, ¿cuándo me va a atender?

—Ahora mismo hay un paciente en la UCI que ha ingresado hace siete días y no tenemos confirmación del PCR —dijo el doctor—. El promedio de espera de los resultados, en este momento, es de una semana a diez días aproximadamente.

—¡Qué esperanza, doctor! —respondió Edy con su voz entrecortada por una fuerte tos.

—Imagínate como estamos, he tenido este «cubrebocas» durante cinco días.

Edy abortó el escapar, pero decidió suicidarse. Caminó hasta el gran ventanal, y al ver hacia abajo, vio cómo su padre caía al vacío desde un tercer piso.

—No tuve miedo. Nunca me imaginé que realmente lo haría —confesó el padre de Edy a un policía,  después de trepar de balcón en balcón y sobrevivir a la caída—. Solo quería ver a mi hijo.

El informe policial detallaba: «Hombre de cincuenta y ocho años impactó sobre un taxi estacionado, y sin ocupantes, junto al edificio. Sufrió fracturas en costillas y en el cuello. Presentaba signos de embriaguez». El peritaje del caso, no había determinado aún si se trataba de un intento de robo o suicidio.

—Si podemos hablar de milagros, este ciertamente lo merece —dijo el doctor de guardia a el policía—, y ahora a esperar a que sobreviva a la insalubridad del dispensario.

A Edy le prohibieron visitar a su papá que se encontraba hospitalizado un piso más arriba. Entonces tomó la decisión de repetir la hazaña de su padre y comenzó a escalar con torpeza. Antes de poner un pie en el cuarto, un policía lo encaró; aquel cayó al vacío y murió ipso facto. El certificado de defunción decía: «Felix Castro, dueño de una funeraria, y su hijo Edy mueren por covid-19».

—Descansa en paz, tío —dijo el policía del hospital, entre sollozos, antes de besar el cristal de la urna donde yacía Osorio.