—¿Dónde había dejado las
putas llaves? —preguntó Apascacio.
—Dígame su cédula,
sargento Apascacio —dijo un detective.
—No sé dónde las dejó ese
pajúo —respondió Yetsenia.
Hipólito
llegó temprano al banco y notó que un solo hombre estaba de guardia. Pasó debajo de una puerta detectora de
metales y activó la alarma. Substrajo y
colocó todo objeto metálico de su cuerpo y bolsillos dentro de una caja de
plástico gris: reloj de pulsera, correa, collares, anillos, yesquero y unas
llaves. Mientras realizaba esta acción
observó que solo tres taquillas de ocho funcionaban y la cola de gente casi
salía a la calle. El monitor de los
números marcaba cero, cero, cuatro. Dejó sus cosas en la caja y corrió a tomar un
ticket. Le tocó el ciento sesenta y siete.
—¡Estoy de suerte! —comentó
al vigilante con ironía—. Los dos últimos números coinciden con el año que nací.
Se puso de nuevo su reloj de pulsera. Deslizó suave su
correa entre las trabillas. Los collares y anillos resbalaron por su cabeza y
dedos sin esfuerzo. Encendió el yesquero para probar si tenía bencina y antes
de guardarlo una mujer, detrás de él esperando pasar, le dijo:
—¡Amigo, puede apurarse!
Segundo después, entró un
hombre, apuntó a la dama con un revolver Colt Python calibre 357 y ordenó a los
presentes arrojarse al piso. Hipólito, aún de pie, fue derrumbado por el
vigilante, quien molesto le dijo:
—¿Tú eres güevón o quieres que te
quiebren?
La mujer seguía de rehén. El
ladrón lanzó un morral en la cara de Hipólito y le dijo:
—Todos los celulares y
billetes en este bolso. Y es pa hoy, becerro.
El
raptor y sus dos prisioneros salieron a la calle sin llamar la atención.
—¿Dónde carajos pararon el
carro? —preguntó la mujer.
El vehículo estaba estacionado a la vuelta de la esquina.
Al llegar, Hipólito arrojó el morral sobre el capó y, temblando, empezó a
buscar las llaves en sus bolsillos.
—¡Bang! ¡Bang!
La guardia acordonó la vía cerca del lugar del homicidio.
En el banco, el vigilante recogió una caja gris con unas llaves en su interior.
—¡Epa tipo, no muevas
nada! —gritó un comisario.
En el departamento de
policía, el detective continuaba su interrogatorio.
—¡Su cédula, sargento
Yetsenia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario