La
tarde de un sábado tropecé con un amigo bailarín (cincuentón) en el Teatro
Teresa Carreño. Concluyó confesándome no querer seguir bailando y retirarse no
era una opción, pues no aprendió otra cosa sino bailar. La compañía Ballet
Teresa Carreño, donde ha trabajado desde el año mil novecientos noventa y dos,
no tiene un plan de jubilación temprana para su retiro digno. La «seguridad»
económica no quiere perderla. Pregunté si podía visitarlo algún día en su
trabajo para seguir hablando sobre el tema. Después de mi insistencia fatigosa
accedió.
Nos
reunimos un viernes a las nueve de la mañana. Llegó vestido con una ropa ajustada
al cuerpo y me invitó a tomar un café. No
expresó una sola palabra hasta el primer sorbo.
–Si
me preguntas por qué elegí bailar y no otra profesión, sería deshonesto
inventar una historia a estas alturas de mi carrera.
–¿Qué
bailarín latinoamericano admiras? –pregunté sin dudar.
–El
argentino Julio Boca que se retiró a los cuarenta y cinco años –respondió seguro.
Para
mantener el anonimato de mi amigo venezolano, lo bautizaré con el nombre de Julio.
El
día comenzó con un ritual de calentamiento dentro de un salón rodeado de
espejos y barras de madera. En éstas se
apoyaban cuarenta y cinco bailarines repitiendo pasos dictados por una joven maestra
y acompañados por un pianista ejecutando tempos bien marcados. El piso era de
madera cubierta por un linóleo blanco curtido.
Observé
en Julio cierta dificultad para ejecutar los pasos y también seguir el tempo
que marcaba la música. No terminó el calentamiento, que duró una hora y media.
–La
clase de ballet es lo que más me gustaba hacer cuando era joven, ahora solo
termino la barra –confesó en tono triste.
La
clase está divida en ejercicios apoyados a una barra y un centro donde todos
bailan frente a un espejo en grupos divididos de hombres y mujeres.
El
país no cuenta con un sistema nacional de escuelas que formen bailarines integrales
y profesionales en la danza académica o clásica. Las pocas activas no tienen un
régimen estricto para la selección. Algunas aptitudes requeridas para empezar
el difícil arte de danzar son: elasticidad, plasticidad, velocidad,
resistencia, fuerza, ritmo, altura, peso adecuado, delgadez y líneas exclusivamente estilizadas y alargadas. Juntas
forman la estética y belleza de un bailarín clásico.
La
edad de un niño, para iniciar sus estudios, es a los ocho años –previa
audición– y debe cursar nueve niveles (un nivel por año) para graduarse.
Cualquier limitación en la anatomía, fisiología y destreza
motora en general pueden conducir al fracaso profesional.
–Recuerdo
cuando me inicié a los dieciséis años sin decirle nada a mis padres porque
existía el prejuicio: «Ser bailarín no es para hombres…» –dirigió su mirada al
piso mientras seguía contando sus inicios en el ballet.
A
la hora del almuerzo aproveché para compartir con algunos bailarines. Me comentaron
lo difícil que era llegar a la edad de Julio y seguir bailando. Discutieron sobre
quién de los varones tenía la resistencia y fuerza de él, llegando a la
conclusión de que ninguno, aun cuando ha perdido algo de tonicidad y ligereza
en la ejecución de los movimientos, lo cual revela su edad.
–Julio
transmite seguridad a las bailarinas en las cargadas de alto riesgo, lástima que
algún día tenga que retirarse. Los varones jóvenes ya no quieren practicar
cargadas con nosotras –dijo una hermosa bailarina de veinte dos años.
Mi
amigo almorzó solo. La proporción de los alimentos era mínima porque tenía una
dieta especial para mantener su peso. Masticaba cada bocado lentamente. Tenía
una hora para almorzar y volver a la sala para continuar los ensayos.
–Julio
siempre fue un ejemplo para los varones de esta compañía –me comentó la maestra
antes de comenzar el ensayo en el mismo salón donde fue el calentamiento aquella
mañana.
Las
opciones de trabajo que tiene un bailarín, al final de su carrera, son:
dedicarse a formar las nuevas generaciones o crear coreografías para alguna
compañía. Actualmente el país cuenta con una sola compañía profesional y es el Ballet
Teresa Carreño.
Para
ser maestro tiene que obtener el título de Licenciado en Docencia Clásica en
UNEARTE (Universidad Nacional Experimental de las Artes). Julio piensa que el
pensum de estudio no está completo. La oferta laboral es baja y mal remunerada.
Él
vive alquilado en una habitación desde que llegó de la provincia y nunca ha pasado
por su cabeza la compra de un apartamento porque su mensualidad es de veinte y
cinco dólares y el costo de uno pequeño esta alrededor de los setenta mil dólares.
–Cuando
me retire, pienso volver a mi ciudad natal – balbuceó.
–Una
lesión en este momento de mi carrera sería fatal aunque podría ayudar para
retirarme por incapacidad –comentó como si no quisiera que sucediera.
Durante
la última hora noté que no dejaba de mirar un reloj ubicado en lo más alto de
la entrada. Cada pausa, mientras la maestra dictaba algunas correcciones, Julio
miraba el reloj por lo menos cada diez minutos. Era casi exacto y hasta dudé en
la precisión de mi observación. Terminó el ensayo a las cinco de la tarde.
Julio
se quedó tirado en el piso. Todos los bailarines salieron alegres y en estampida
del salón. Al quedarnos solos, me dijo:
–¡Mañana
me retiro!
En
Venezuela existe una gran dificultad para encontrar bailarines profesionales bien formados en la danza clásica. En el caso
particular de los hombres que empiezan tarde, sin tener el perfil físico,
técnico y artístico, terminan por retirarse a una edad avanzada con una
acumulación de experiencias agridulces –más agrias que dulces como diría
Julio– durante toda su vida activa como artistas del ballet clásico. Ser
bailarín es un estilo de vida muy sacrificado para una profesión tan corta y
exigente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario